Yo lo vi; te lo vi todo.
Te vi mi mano abriendo y cerrando
el cuero de un libro pesado.
Te vi mi mano mostrando y tapando
el reflejo de un tenedor bordado.
Te vi mi piel guardada.
Te vi la falta de crucifijos
en las paredes de mi casa.
Te vi la falta de edificios
en la vista de mi ventana.
Te vi mi perfil de florero recién lavado.
Te vi mi postura al montar a caballo,
con brinco discreto de buena equitación.
Te vi mis lenguajes clásicos y lejanos,
con sílabas que resuenan su larga educación.
Te vi mi tacón alto como si fuera guante blanco.
Yo lo vi; yo sé que te lo vi:
en el centro puro de tu ojo oscuro
te vi mi ojo verde,
despedido por su merced.
—De mi libro “Entre domingo y domingo”